La maja desnuda

Maja

 

La maja desnuda yacía complaciente en el futón.

Pero lo único que pude hacer fue divagar hacia el jueves pasado.
Cuando fui asaltado por garofanpallos y matapeces que intentaban quitarme los condones comprados a escondidas de la ex esposa del asesino en serie.

La maja desnuda empezó a vestirse y a cubrir la única luz que iluminaba la estancia.
Pero en lugar de detenerla recordé a la muchacha que se arrojó al Machángara para purificarse de caídas anteriores y de que al intentar rescatarla quedé más cubierto de mierda que una letrina del Tercer Círculo.

La maja desnuda subió a la habitación dejando un frío glaciar en el futón, y arrojando un estremecimiento en lo más profundo del aneurisma que no reventó por pura lástima.
Pero el constante zumbido de la refrigeradora descompuesta me devolvió al momento en que Qrisa me llevó al desocupado departamento de sus padres para consumar un secreto inconcluso y a ratos irritante.
A la vuelta de la esquina me dio un beso al agradecerme por desearla, y me profetizó que nos encontraríamos de nuevo dos días después de la primera vez que abandoné a la maja desnuda, para consumar por segunda vez la disatisfacción de los engañados.

La maja desnuda cerró la puerta con violencia.
Pero a pesar de querer subir junto a ella y tratar inútilmente de detenerla, el relámpago que retumbó en el tejado me convenció de que éste hogar está a punto de colapsar, que sin importar el trillón de ocasiones en que inequívocamente siga presentando la otra mejilla, los jirones de mi rostro siguen ocultando las nirnaeth arnoediad que fluyen por los profundos cardenales que ha dejado el tiempo.

La maja desnuda intentó despedirse, llenó una pesada maleta con los restos de su vida y colocó un anillo en la barandilla de las escaleras.
Pero al tratar de encontrar las palabras correctas, terminé balbuceando babosas glosolalias que se atoraro en mi garganta como garrapatas venidas de Próxima Centauri, negándose a darle sentido a mis ruegos de pedirle que se quede.
Los truenos seguían retumbando en el techo, en el limbo enterrado en sueños ajenos y en el paraíso por el que confundimos a la cama.
La tempestad estaba a punto de comenzar, extrañé el rifle que colgaba sobre la mesa del comedor y que empeñé hace siglos.
Los truenos eran las palabras que salían de la boca de la maja desnuda. Los truenos y relámpagos y fringallones y comebúhos azotaban la memoria de la primera y torpe ocasión en que la poseí.
Los resonantes truenos eran todas las ocasiones en que dí por sentada la presencia salvadora y lucífera que estaba a punto de apartarse para siempre.

 

La maja se ha ido.
El vacío empieza a tomar el sitio de los cimientos del lugar que construimos y al que intentábamos regresar.
El silencio se transforma en una sinfonía que marca el comienzo del final, en la inapelable entropía de que terminará desintegrando todo lo que existe.
Los resplandecientes truenos siguen retumbando en el techo y éste se desploma sobre mi cabeza como la proa del Argos que terminó con la vida de Jasón.
Nunca he tenido una erección que duela al caminar.

Pronuncio el nombre de la maja desnuda.